Hacer voluntariado es dejarse transformar
Me llamo Aina, tengo veinte y pico años, si me preguntan de dónde soy siempre respondo que un poco mallorquina y otro tanto ibicenca. Barcelona es desde hace varios años mi ciudad de acogida, por gusto, por elección propia. Estudié Traducción e interpretación porque me encanta la idea de poder comunicar a personas de diferentes orígenes, lenguas y culturas. Hace casi dos años me uní a la familia de Bayt como profesora voluntaria de castellano y lo hice por un cúmulo de circunstancias que se pueden resumir en: disponibilidad, necesidad de sentirse útil, ganas y egoísmo. Cuando me planteé hacer un voluntariado, lo único que tenía claro era que debía estar relacionado con personas migrantes, defecto de formación supongo, de ahí la parte egoísta. La Fundación de Bayt encajaba muy bien en ese aspecto -no solo por su labor, que es mucho más compleja de lo que aparenta a primera vista-, por su organización o por el equipo de personas implicadas, sino también por su filosofía de acoger sin pretender que las personas pierdan su identidad, una cuestión básica para mí.
Pasados estos casi dos años y reflexionando sobre esta experiencia, puedo decir que mi idea de voluntariado ha cambiado y, aunque creo que empecé con ciertas bases, también he de reconocer que se quedaron cortas. Son un cúmulo de sentimientos, de altibajos emocionales y vivencias difíciles de explicar. Sí que puedo decir que ha sido un “reinventarse” constate. El perfil de nuestro alumnado no es el mismo que el de una academia o una escuela de idiomas: las finalidades del aprendizaje son otras, la base cultural y la cultura de estudio son distintas, etc., por eso creo que nuestro perfil y nuestras metas deben ir en consonancia con este punto de partida. Nuestro aprendizaje (y digo nuestro porque es, o acaba siendo, mutuo) debe ir enfocado a una integración óptima, es decir, no podemos reducirlo todo a una gramática, debemos poder comunicarnos, expresar sentimientos y necesidades, entender las situaciones y contextos que nos rodean.
Cada día en el aula ponemos en práctica la frase “cada persona es un mundo”, porque experimentamos en todo momento que cada persona tiene una perspectiva diferente de las cosas. A veces me desconciertan ciertos razonamientos que, si no fuese por los propios alumnos y alumnas, no me hubiera planteado y que me han hecho reflexionar sobre muchos aspectos: ¿cómo es posible que alguien que lleva apenas unos meses en este país conozca la palabra embargo antes que cualquier otra del vocabulario básico?, ¿la sabemos nosotros en otros idiomas que dominamos? y constantemente me sorprende ver actitudes de constancia, esfuerzo o entusiasmo en contextos que, al menos yo, no sabría gestionar.
Por otro lado, fuera del aula, he visto que muchas personas de mi alrededor consideran que el voluntariado es una buena acción, reconfortante a nivel personal, pero que no tiene que requerir más tiempo de lo previsto porque, al parecer, eso traspasa la “línea” del voluntariado, es decir, tiene que ser una actividad que dure lo justo y necesario para sentirse bien con uno mismo. A todo esto, y en nuestro ámbito de personas migrantes, debemos añadir otras muchas dificultades como la diversidad de culturas, los estereotipos, los prejuicios,... Si nos tomamos nuestro tiempo para cultivar nuestras mentes y nuestros cuerpos ¿por qué no hacer lo mismo con nuestra sociedad? Al fin y al cabo, esta es el resultado de todas nuestras interacciones y está en constante cambio. Quizás nos cuesta acercarnos a otras culturas por ignorancia, por tener ideas preconcebidas o prejuicios sobre las demás, por haber tenido una mala experiencia o haber conocido y tomado como modelo a una persona determinada, por miedo a perder lo “nuestro”…
Estos dos años me han servido para darme cuenta que el tiempo del voluntariado no es el “estipulado”, es el día a día; lo “nuestro” o lo “mío” lo sigue siendo pero me cuestiono qué es lo “nuestro” y lo “mío” a la vez que aprendo más de lo “mío” y lo “nuestro”, así como de lo “suyo” y lo “vuestro” y creo que esas diferencias deben servirnos para aprender más y enriquecernos, de manera que podamos reafirmar nuestras convicciones desde el respeto y las ganas de compartir. Y todas estas experiencias y reflexiones han servido para reafirmar mi convicción de que la comunicación basada en una buena escucha y el respeto mutuo son la clave para entendernos y acercarnos y estoy segura de que, con la labor de la Fundación, estos primeros pasos y necesidades son más visibles a la ciudadanía. Si tengo quedarme con algo de estos dos años, me quedo con las diferentes perspectivas, la actitud, y el esfuerzo de los alumnos y alumnas, los compañeros y compañeras y la familia de Bayt, que han pasado a acompañarme diariamente.
Autora: Aina Torres, voluntaria del Programa de acogida sociolingüística de Bayt al-Thaqafa.