Intervenir desde el reconocimiento de la dignidad y la mirada integral
Los procesos de intervención social responden siempre a un contexto social específico. Por este motivo, constantemente debe interactuar con las realidades de las personas atendidas, que inevitablemente tienen contextos cambiantes. Estohacer que un esquema de intervención rígido, lejos de facilitar estos procesos, necesidades y demandas, genere situaciones de tensión y rechazo.
Por lo tanto, además del contexto fluctuante y las particularidades, la intervención también exige un marco inegtral. La integridad és inherente a nuestra cotidianidad: lo que vivimos en el ámbito social influye a como nos percibimos en el ámbito educativo, laboral, sanitario, etc. En consecuencia, a pesar de la necesidad social detectada y de las dimensiones de intervención concretadas, no se pueden entender como algo aislado de la cotidianidad de las personas. La intervención social debe ser integral para ser eficiente y transformadora.
En el Servicio de Acogida y Seguimiento de Personas Solicitantes o Beneficiarias de Protección Internacional con un Diagnóstico de Salud Mental de Bayt, que recibe el apoyo de Red Acoge y la financiación del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, acompañamos y acogemos a personas que han sufrido un desplazamiento forzoso. Actualmente, hay 41 personas acogidas en nuestro servicio, que son solicitantes de asilo, apátridas o beneficiarias de protección internacional con un diagnóstico de salud mental.
La intervención social multidisciplinaria del equipo (sociolaboral, jurídica, lingüística y médica) pone en el centro la persona, sus procesos y sus necesidades. Trabajan para que las personas acompañadas puedan reconocer sus capacidades y reconstruirlas en clave positiva en el nuevo contexto. Se impulsa la adquisición y recuperación de herramientas de autogestión que les devuelvan la autonomía, a través del alojamiento temporal en pisos gestionados por la fundación, prestaciones económicas para cubrir sus necesidades básicas y, sobretodo, el trabajo integral en la mejora del bienestar emocional y la autoestima de las personas.
Las dimensiones de intervención son profundamente sujetivas, emocionales e individualizadas, y necesitan de una mirada que respete la diversidad: la rigidez de la intervención puede obstaculizar su eficacia. Por lo tanto, la intervención no puede ser pensada solo en términos teóricos o protocolarios: hace falta una implicación y compromiso en cada acción que reconozca las emociones y la identidad de las personas. La interculturalidad, la sensibilidad por el diagnóstico en salud mental y la dignidad son los tres ejes principales que articulan el resto de valores del programa: la empatía, la transversalidad, el reconocimiento del privilegio, la negociación y la detección de necesidades, la resolución de los conflictos y la gestión de los límites de forma asertiva, y un clima positivo del espacio.
Entendemos la interculturalidad como intercambio cultural, atorgando valor al contexto cultural y religioso de las personas. Se incorporan prácticas, actitudes y discursos que fomentan el encuentro cultural y aleja las lógicas asimilacionistas y la falsa neutralidad en la intervención, y se trabaja para detectar y hacer frente a situaciones y prácticas discriminatorias o asimiladoras, tanto internas como presenciadas en otros espacios
Por lo que respecta al diagnóstico en salud mental, se pone especial énfasis en la comprensión y reconocimiento de las personas. Es necesario que el equipo profesional sea capaz de entender y abordar el impacto y los síntomas que genera el estado de las personas en sus vidas, partiendo desde el respeto como factor indispensable. Es necesario también que se reconozca y considere la influencia de los factores sociales y contextuales en la salud mental de las personas acompañadas.
Y, por encima de todo, la intervención debe partir de la dignidad de la persona: no es posible apoyar la autonomía de las personas sin hacerlo desde esta mirada, y esto es transversal a toda la intervención. Estar en el itinerario de acogida es un derecho, y así se hace saber a las personas que participan de él. La dignidad como valor fundamental es esencial para desarrollar una sociedad justa y respetuosa con los derechos humanos. Desde el equipo se trabaja para que esto se manifieste en el respeto a la autonomía en todo momento, en el respeto a la capacidad de las personas acompañadas de tomar decisiones sobre su vida.
En última instancia, la intervención social debe articularse con valores que generen un espacio seguro para la persona. Y esto pasa también por la revisión de la propia posición como profesionales, punto en qué la implicación y el compromiso de las personas profesionales son clave.
Desde Bayt reivindicamos que la intervención debe garantizar el respeto y la interacción con la realidad de las personas desde una mirada transversal e íntegra, poniendo énfasis en comprendrer la diversidad, la salud mental y los distintos procesos que atraviesan las personas. Debe atenderse aquello que apele a su bienestar en un sentido amplio pero también específico: emocionalmente y en la recuperación de herramientas de autogestión y autonomía. La atención tiene que ser entendida como el derecho que es, debe ser eficiente, y las personas deben conocer su proceso con transparencia e igualdad de oportunidades.